Carlo Aymonino ya había adelantado los posibles problemas a los que tendría que enfrentarse el urbanismo científico cuando su campo de aplicación no fuera la ciudad histórica, si no la ciudad contemporánea. Muchas eran las diferencias que separaban una y la otra realidad: la primera se había desarrollado siguiendo patrones orgánicos, la segunda a partir de una implantación viaria racional que estaba predeterminada por los poderes económicos: en la primera, los tipos respondían a tradiciones formales y constructivas: en la segunda, a la función de edificio, etc. En estas circunstancias la relación tipología edilicia/morfología urbana dejaba de ser valida. La forma de la ciudad contemporánea no respondía a fenómenos arquitectónicos, sino a otros de origen económico, político y técnico, por lo que no consistía en una unidad reconocible sólo desde el punto de vista de la arquitectura, sino en un inmenso aglomerado de edificios donde el casco histórico era una pieza exigua y desnaturalizada.
(Ciudad Hojaldre_página 14)
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